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In sapientia amor

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Caritas Dei diffusa est in cordibus nostris... (Rom 5,5; 10, 11; Sal. 102), dice Pablo en su carta a los Romanos, ese amor que desciende y que nos desvela y nos afirma en nuestra condición humana para asentir a nuestra vocación a la existencia; ese amor que, como pan, se parte entre nosotros[1].

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            Según San Agustín, non intratur in veritatem, nisi per caritatem[2], no se entra en la verdad, más que por el amor. Comparte esta convicción fundamental Tomás de Aquino cuando afirma: per ardorem caritatis datur cognitio veritatis.[3] Entendimiento y voluntad son, por ello, los dos focos por los que la persona humana se manifiesta porque ubi amor ibi oculos, dice Tomás de Aquino también.

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            Este lema nos define como Escuela de Teología Papa Francisco y constituye la clave de bóveda de nuestro caminar intelectual, de nuestro centro de estudios de teología.

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            El amar es importante para el saber, por cuanto que este se consuma en la sabiduría.  Saber y amar son dos operaciones parciales mutuamente complementarias al interior de la unitaria realización humana integral.

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            Una tensión antiquísima inunda de imponente dinamismo la historia del hombre, y es la tensión entre saber y amar. Se manifiesta en esta sentencia lapidaria, madurada ya en la época clásica de la gran tradición occidental: In amore sapere et in sapientia amor. La traducción al castellano de esta expresión debe tomar en cuenta la diferencia entre sapere y sapientia,  reproducible comúnmente como saborear y sabiduría. Por consiguiente, la segunda parte de la expresión reza así: en la sabiduría obra el amor. Sin embargo, entendida literalmente, la primera parte de la expresión pone en aprietos, porque entonces la expresión sonaría así: en el amor está implicado el saborear.  Aquí el saborear se entiende, por obvias razones, no en sentido corporal, sino espiritual.

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[1] En el año de 1986 nuestra iglesia local fue sede del II Congreso Mundial de Filosofía Cristiana inspirándose ya con el lema"«In Amore Sapere et in Sapienta Amor». La Escuela de Teología «Papa Francisco» recoge este cariz sapiencial del conocimiento de Dios y busca encarnar su promesa agustiniana: «si el conocimiento de Dios debe llevar al amor de Dios, el verdadero teólogo es aquél que ama a Dios: “Sit sapientia Deus est, per quem facta sunt omnia… verus philosophus est amator Dei” (San Agustín, De Civitate Dei, VIII, 1).

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Cf. Basáve Agustín, «El humanismo y la metafísica cristiana en la actualidad»; Segundo Congreso Mundial de Filosofía Cristiana, Monterrey, 1987, 15.

[2] San Agustín, Contra Faustum 41, 32, 18; PL 45, 507.

[3] Santo Tomás de Aquino, In Ev. Io. 5, 6.

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Luego esto significa que, amando, el hombre da con el sabor auténtico de todas las cosas, o que da con el sabor verdadero de todas las cosas o que le saben las cosas como son verdaderamente. De aquí se sigue, entonces, que semejante sabor, gusto, se identifica con la sabiduría, motivo por el cual podría traducirse diciendo: en el amor obra la sabiduría.
   Ambas operaciones se conllevan y se compenetran inseparablemente; la una es, solamente, por la otra y esta únicamente por aquella. Luego, jamás hay sabiduría sin amor ni amor sin sabiduría. Sin embargo, ambas no se fusionan absolutamente, tampoco son diversas palabras para hablar de lo mismo. Cada una tiene su contenido propio que está de tal manera relacionado esencialmente con el contenido de la otra que sólo gracias a la compenetración semejante contenido es tal. Por lo tanto, la sabiduría y el amor son tales en la medida en que se conllevan, y se despegan de la esencia que les es propia en la medida en que se separan una de la otra. En consecuencia,
 sin el amor, la sabiduría no es tal y sin la sabiduría el amor deja de ser tal. En última instancia, considerado detenidamente, la sabiduría absoluta es lo mismo que al amor absoluto y el amor absoluto lo mismo que la sabiduría absoluta. Y como esto aplica solamente a Dios, es decir constituye el ser de Dios, entonces el hombre se asemeja más a Dios y se le aproxima más, tanto más profundamente constituyen en él en una unidad la sabiduría y el amor.


    Cuando el amor se separa de la sabiduría, de esta resta solamente un saber que no es sabiduría y del que se aparta, por consiguiente, todo lo que brota del amor, sobre todo el saborear, el gustar que tiene que ver con el tener experiencia de. Inversamente, cuando la sabiduría se aleja del amor, se desliza este a un sobrante o residuo encubierto de sí mismo, capaz de gustar,  de saborear o de experimentar solamente lo que le agrada, lo que le corresponde. Puesto que el hombre se encuentra de entrada siempre en la disociación descrita, por su naturaleza se le plantea la tarea de luchar por la recíproca y mutua impregnación de sabiduría y amor para que la sabiduría sea completamente tal, asimismo el amor, y con ello el hombre sea tal.

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